martes, 5 de junio de 2012

A tientas


Ha oscurecido.
Mi sombra se refleja en la pared,
mi cuerpo en  lienzo de adobe.
Me detengo como gravitando
y llevo las manos a la cabeza.
Toco el algodón que se incrusta
sobre la superficie rígida de la piedra.
Musgo que se agarra a lo inquebrantable
y echa raíces hasta mi espalda de lava
que viscosa me recorre esqueleto abajo,
escurrida y menos lucida que antaño.
Tiene surcos que son llagas,
cicatrices de heridas que mi dedo curioso
excavó en busca de lodo graso,
entretenimiento sado-masoquista
con el que se experimenta el placer
de producirse dolor a uno mismo.
Siempre hay recompensa.
Si no es grasa es sangre,
pero no hay descanso hasta obtenerla.
Obseso continúo hurgando.
Bajo a las colinas de fieltro cubiertas.
Flirteo con la brecha fétida que las separa,
rasco y agito los cúmulos sedentarios
que día tras día reposan vagos
sobre asientos duros, insistentes.

Después de intentar arrancar durezas extrañas
amaso mis muslos tensos, tedioso.
Estoy cansado...
El tótem cae sobre un lecho.
Produce un ligero sismo a su contacto
y el colchón se agita en turbulencias.
Mi efigie reposa sin ropa.
Todo me da igual. Es cierto.
Me notan depresivo, quizá sea cierto...
También yo lo he notado.
Prefiero llamarlo “etapa de reflexión”.
La penumbra me ayuda a imaginar
otros lugares, otros momentos
que tal vez ocurrieran en un día sin recuerdo,
una mirada, una sonrisa, una palabra suelta,
que ya no dice nada, presa sin sentido.
La repito y cobra carácter épico, fantasmagórico.

Mis manos se posan en mi pecho por fin.
Han terminado su viaje, mi masaje hedonista,
repetitivo y revisitado que consigue nublar mi mente.
Es ese instante el que buscaba,
donde el tiempo se para y la vida termina.
Apago mi vista y atento escucho
lo que en silencio no paro de decir,
un fluir etéreo, un silbido ronco,
un vaivén de olas que me tranquilizan.
El nirvana no es eterno y vuelvo a tierra.
Así me odio por egoísta.
Yo y todo lo que debe girar entorno a mi,
aspiraciones, falsos sueños, futuros imaginados...
Intento en vano darles sentido.

Del negro de mi ceguera surgen brumas
que embriagan alucinógenas esta hora de infortunio.
Flashes distorsionan la gótica estampa.
Vuelvo a lo de siempre cansino.
Reapareces una vez más como una auto-tortura
porque sé que soy yo quien te conjura
y disfruta en cierto modo del deseo no resuelto,
del recuerdo distorsionado que confunde.
Abrumado, casi lloro o quisiera hacerlo.
Sería todo más fácil, más claro entonces.
Creo que no puedo hacerlo.
No es tan puro lo que siento, esta contaminado.
Sentimientos que brotan encontrados y colapsan,
destruyéndose mutuamente, fraticidas.
Me inquieto y tiemblo asustado por ello.
Convulsionado por mis náuseas, nervioso,
intento levantarme. Por fotuna lo consigo.
Esta vez sin ningún percance ni luxación,
(el terror del descuido siempre amenaza)
pero, dislocado por la incorporación repentina,
todo da vueltas.
Aturdido sonrío por la paradójica situación
de sentir todo orbitando a tu contorno.
Trago saliva y me desinflo como efecto.
En pie y más cercano al suelo doy unos pasos.
Enciendo la luz y guiño los ojos frenéticamente.
Los froto con mis manos y continúo andando.

Fulgores verdes me acompañan en mi camino a la ducha.
Mis pies se despegan lentamente del suelo
con crujidos adhesivos de pulso regular.
Bajo el grifo recibo su lluvia cálida
que se deshace en vapores a mi contacto.
Mis hombros arden y me noto empequeñecer.
Mi piel se libra de escamas, de costras
y la espuma me recorre jugosa en la catarata.
Salgo de la ducha y seco sus gotas.
Limpio el espejo empañado y ahí estoy,
como siempre, observado por mi mismo
en esa especie de rito habitual que nada salva.
No cambiamos mucho con los años, pienso.
Apago la luz nuevamente.
Es un acto de rebeldía contra mi mente
para regresar a un cómodo anonimato.
Todo vuelve y se presenta en tu memoria,
cambia ligeramente y a la vez se mantiene
en esencias que perduran a través de los años.
Hoy pudo haber sido ayer y hubiera sido igual.
Pudo haber sido hace años y podrá ser así mañana,
en el día de mi jubilación o en mi último día.
De niño ya lo hacía, ¿Por qué habría de cambiar?
Otros más eruditos lo vieron antes:
El agua del río siempre distinta, siempre cambiante,
Siempre el mismo río...

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