Hoy
día 14 de abril, día del aniversario de la II República, me parece más que pertinente la publicación
de un texto en reivindicación de este modelo de Estado.
Nací
el 24 de mayo de 1984 en el marco de la monarquía parlamentaria que aún
conservamos en la actualidad. La Transición ya había tenido sus efectos, el 23F
ya había sucedido y Felipe González ya era presidente del gobierno. Con ello
quiero decir que, como todos los de mi generación, no me une ninguna
experiencia ni sentimiento hacia los hechos que comúnmente se declaran
justificadores de la presencia de Juan Carlos I en la jefatura del Estado.
Desde
pequeños, nos han inculcado, sobre todo cada 6 de diciembre, los valores de la
democracia y del marco constitucional en el que nos hayamos insertados. Nunca
he podido encuadrar la pertinencia de un Rey en este modelo. Alguna vez he
llegado a aceptar la idea de la existencia de una figura simbólica que dé
unidad al país. Pero, ¿porqué tiene que ser una persona ajena a todo proceso
democrático la que ostente ese cargo?
Su
única legitimidad es la de pertenecer a un linaje con una tradición de 300 años.
Un linaje repleto de reyes con escasa competencia, como los casos de Fernando
VII, Isabel II o Alfonso XIII. Hoy se da la incongruencia de que, mientras
nuestra Constitución habla de la igualdad de todos los españoles, mantiene en
exclusiva a la familia de Borbón como símbolo. Y eso incluso cuando ni siquiera
tienen origen español.
Debemos
admitir que la II Restauración borbónica en España (llamada Transición) ha dado
cierta estabilidad. Pero su anacronismo de base clama por su destitución en la
sociedad plural del siglo XXI donde
nadie debería situarse por encima de otro en base a su sangre, sexo, procedencia,
color de piel, o creencia religiosa.
Considero
que cualquier persona de buen juicio apoyaría estas palabras. Sin embargo los
fantasmas del pasado atemorizan todavía, sobre todo a las generaciones más
longevas. Yo lo llamo cobardía. La presencia de un rey en nuestro Estado se me
asemeja a la pluma que Dumbo llevaba como amuleto para volar. Dumbo un día la
perdió y comprobó que podía volar igualmente. Podía hacerlo incluso mejor,
consciente de sus posibilidades, con confianza y alejado de los temores que un
día le afligían.
Por
otro lado, se suele esgrimir en contra del modelo republicano que las dos experiencias
precedentes fueron un fracaso. Sin embargo no debemos olvidar que las
Repúblicas fueron constituidas como resultado de los fracasos todavía más
estrepitosos de las monarquías que les precedieron y su fin estuvo marcado por un
ataque a las mismas mediante el uso de la fuerza de modo antidemocrático.
En
la actualidad asistimos a una gran crisis institucional que afecta tanto a la
Casa Real como a la clase política. No es momento de mirar hacia otro lado y
esperar a que se maquille el entuerto. Debemos exigir una ruptura con lo
establecido y la refundación de nuestro modelo de Estado para todos seamos
verdaderamente iguales en oportunidades y ante la ley. Para mi ese ideal sin
ninguna duda es una República democrática.