domingo, 11 de marzo de 2012

El problema moral del aborto desde una perspectiva laica y responsable.

Por Víctor Landeira

El debate actual sobre la ley del aborto pone una vez más sobre la mesa la problemática de una decisión tan controvertida como la de la interrupción del embarazo. El dilema moral subyace en los argumentos expuestos por los partidos mayoritarios que, más allá de los supuestos ya aceptados en la ley, abogan por el “derecho de las mujeres a decidir si quieren ser madres” o por la “defensa de la maternidad”.
            Ambas posturas ponen a la mujer en el centro del debate, sin citar al hombre por ningún lado. Es obvio que sobre la mujer recae la carga física de un embarazo pero se debe incidir en que la responsabilidad ética por el mismo es de ambos. Un embarazo es responsabilidad de dos personas de ambos sexos que deben responder por la vida en gestación que han concebido juntos. Es lacerante ver cómo recae el peso sobre la mujer y se la responsabiliza del aborto mientras que el hombre, en un acto de inmadurez, se va de rositas. Muchos son los casos de hombres que eluden sus responsabilidades y dejan solas a sus parejas ante tan difícil situación. El hecho de que todavía se reduzca el aborto al ámbito femenino es un error moral que sólo conlleva a indagar más en la falta de compromiso por parte de la población masculina y en gran medida, favorecer estas prácticas.
            Algunos articulistas, en unas declaraciones machistas que sólo nos llevan a la repulsión, han llegado a poner a la mujer moderna como descerebrada al tener una vida sexualmente activa y culparla luego del alto índice de abortos. Este tipo de declaraciones encubre un preocupante complejo de inferioridad masculino. Más allá de las mimas, debemos puntualizar que la mujer siempre es mucho más consciente de los riesgos y consecuencias que conlleva una relación sexual, por lo cual actúa siempre con mayor responsabilidad que el hombre. Al contrario son demasiados los hombres que ven el problema como ajeno y ven el sexo con mayor frivolidad y deseo de inmediatez. Un ejemplo de esto son aquellas relaciones en las que el hombre presiona en un “dejarse llevar”, siendo la mujer quien accede a su insistencia. Este hecho puede ser especialmente crítico en las relaciones primerizas de los jóvenes, cuando las inseguridades, el desconocimiento y la inexperiencia son un factor crucial en la aparición de embarazos no deseados.
          Muchos jóvenes nos hemos encontrado alguna vez en la situación de estar ante la espada y la pared por la posibilidad de un embarazo inminente. Todo comienza con la frase: “Tengo un retraso”. Tras ella surge una marea de ideas, de cábalas, la cuenta de días, posibilidades, etc. Casi ningún método anticonceptivo garantiza una eficacia 100%, así, mientras no se resuelve el enigma, la tensión corta el ambiente. Todo parte del miedo a tener que adoptar una posición de gran responsabilidad de manera repentina, cuando la vida propia es un misterio. Comienza así la debacle de la juventud con todas sus potencialidades, sus sueños, en definitiva, la vida imaginada. Por lo tanto, si finalmente aparece un embarazo no deseado, el aborto surge como una opción traumática pero deseable, un borrón y aquí no ha pasado nada. Pero el aborto, hay que dejarlo claro, no es un método anticonceptivo. El aborto significa la interrupción del desarrollo de un humano que no ha elegido ser concebido, significa decidir sobre una vida de la cual somos máximos responsables de su existencia, en definitiva, es una elusión de nuestras responsabilidades con cierta aceptación popular. Podrá haber leyes que sean más o menos permisivas en cuanto al aborto, pero el dilema moral seguirá siendo el mismo.
            Descarto de manera radical la continencia sexual de los jóvenes como solución a este problema. El sexo debe ser un medio para la comunicación de la pareja, el crecimiento personal, el desarrollo de una vida plena sin frustraciones o la superación de complejos propios. Con una vida sexual sana somos más felices. Por otro lado, se debe ser consciente de los riesgos de embarazo o de enfermedades de transmisión sexual que ello conlleva. Una educación sexual integral, sin tabúes ni dogmas, continuada y actualizada debe ser la idónea para que la juventud (y la población en general) esté preparada para afrontar su sexualidad de manera responsable.
            Flexibilizar las leyes del aborto no va a conducir de por sí a un descenso de esta práctica de dudosa moralidad. Sin embargo la educación de la población para que actúe de manera responsable con conocimiento de causa y, sobre todo con un mayor compromiso que incluya una actitud responsable de ambos sexos seguro que sí repercutirá en su descenso. 

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