La
cuerda que rodea su cintura desnuda se balancea al compás de sus caderas.
Frente a ella un observador mira perplejo cómo sus piernas bailan un tango
acentuado. Los ojos le brillan parpadeantes de lluvia nocturna, interrumpida de
silueta seductora. Él se levanta y va tras la danzante con la intención de
quebrar su frágil elástico, pero solo consigue tirar de él. Tras un ligero
latigazo, su presa escapa desafiante a sus garras.
Uno tras otro corren sinuosamente
entre barreras de terciopelo. El vigilante derrumba toda frontera a su paso y
consigue atraparla. La acerca a su cuerpo y ambos se miran fijamente. La
tensión de sus rostros se relaja en una cómplice sonrisa. Ella se suelta de sus
brazos y felina, contornea su paseo hasta el interruptor. La luz se apaga. Sólo
las gotas de la ventana brillan en la oscuridad de la sala.
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